Hace algunos años me encontraba en un proceso de selección para una empresa a la cual tenía muchas ganas de entrar a laborar. Participé con toda la actitud y confianza y al fin fui candidateado para la terna final. Por algunos comentarios recibidos por parte de la reclutadora entendí que yo era el candidato más viable a ser contratado. Me presenté el día y a la hora citada. Nos explicaron que el proceso sería una entrevista con el gerente de RH y que consistiría únicamente en una pregunta. Agregaron que para hacer completamente justo el proceso, harían la misma a los tres candidatos y la respuesta que diéramos sería evaluada y consensada para elegir al candidato a contratar ese mismo día. Mi mente en ese momento evaluó toda la situación, repasé los puntos más importante de la Ley Federal del Trabajo, recordé información sobresaliente de la empresa en los últimos días; en fin, tuve una revolución cerebral.
La reclutadora llamó al primer candidato (no fui yo). Mis ansias y nervios crecían. Respiraba, trataba de que no me sudaran las manos, analicé la situación y comencé a suponer cosas basado en el tiempo que se tardara el candidato en salir de aquella oficina. Me enfoqué en preguntas del entorno global, incluso repasé posibles respuestas en inglés y al mismo tiempo buscaba la forma de que dejaran de sudar mis manos. Fue entonces cuando el primer candidato salió. Miré mi reloj y vi que solo estuvo alrededor de tres minutos. Esto me dio entrada para pensar dos cosas: “¿será una pregunta de sí o no?”, “¿A dónde lo llevan?”. Lo pasaron a otra sala y cerraron la puerta. Inmediatamente la reclutadora me nombró: “Alberto Jiménez, por aquí por favor”. Entré a una oficina bien iluminada y perfectamente ordenada, el gerente, un caballero pulcro, me pidió que tomara asiento y continuó: “gracias por estar interesado en laborar con nosotros, como ya te han explicado, únicamente realizaré una pregunta a los tres candidatos, la respuesta que me des se evaluará junto con las otras dos. Después te pasaremos a una sala para que no puedas interactuar con el resto de los candidatos hasta que hayamos seleccionado al candidato a contratar. Así que si eres el indicado saldrás el día de hoy con contrato firmado. ¿Tienes alguna duda?” Aunque al relatarlo me llevó más tiempo del que realmente fue.
La pregunta era la siguiente: ¿Qué sería lo primero que pasaría si la tierra de repente dejara de rotar sobre su propio eje? En ese momento mis ojos se abrieron mostrando mi sorpresa por la pregunta. Sentí como todos y cada uno de mis engranes cerebrales dejaban de trabajar y buscaban la forma de meter reversa para así estar listo a esa pregunta. Yo esperaba preguntas sobre administración, legislación laboral, sindicalismo, trámites ante dependencias, recursos humanos, personales, de muchos otros temas pero no una pregunta así. Al finalizar mi respuesta comprendí por qué el candidato anterior había estado tan poco tiempo allí adentro y al igual que a él me pasaron a una sala con cubículos individuales. A un lado estaba el primer candidato, serio y pensativo. Yo estaba seguro que él estaba repasando la pregunta y su respuesta y comencé también a repasar mi respuesta. Pocos minutos después pasaron al tercer candidato y al igual que nosotros dos, tomó asiento y analizó su respuesta (seguramente).
Después de unos minutos nos llamaron uno a uno y supe que yo no había sido elegido para cubrir la vacante. Yo me sentía el candidato con mayor ventaja. ¿En qué momento la perdí? ¿Por qué me habían hecho esa pregunta? ¿Qué fue lo que no les gusto de mi respuesta? Salí del edificio vapuleado, no por el candidato que logró ocupar la posición anhelada, no por el gerente que imponía al verlo, sino por no saber qué era lo más indicado para contestar.
Tiempo después entendí que lo importante no era la respuesta en sí, sino todo el proceso de pensamiento que genera la pregunta. No se requieren conocimientos específicos del tema, el proceso de pensamiento que cada uno ha desarrollado permite tener una idea sobre cómo se reaccionará ante cambios o circunstancias imprevistas; qué tan inspirados y motivados estamos.
Es importante deslindarnos del pensamiento lineal que domina nuestro consiente, el que guía nuestra rutina, trabaja con la lógica problema-solución y nos da la primer respuesta que considera lógica. Hoy en día los reclutadores buscan líderes con ideas innovadoras capaces de manejar equipos de trabajo enfocados en alcanzar metas flexibles, con pensamiento lateral en donde todas las ideas para solucionar un problema son válidas. Este pensamiento genera ideas dinámicas que sirven para proponer mayores acciones en menores tiempos.
Si en algún momento te encuentras con este tipo de preguntas, tómate dos segundos antes de contestar. Activa tu pensamiento lateral, evita la primer respuesta que creas lógica y omite lo obvio. Atrévete a contestar todas las demás preguntas que vengan a tu mente por más sin sentido que te parezcan. El pensamiento lateral es una estupenda oportunidad para solucionar problemas viejos con ideas innovadoras.
Te dejo un artículo que va en línea con lo que me sucedió. Este es sobre el tipo de preguntas que hacen para entrar a la Universidad de Oxford, pero se acomodan muy bien al tipo de respuestas que tanto los reclutadores de un trabajo como de una universidad esperan: sentido común.