¡Aprende a ser un auténtico consumidor de educación y sé igual de exigente como lo serías al comprar tu próximo celular!
Somos mejores consumidores de gadgets que de educación superior. Algo pasa que al llegar a una escuela o universidad con el fin de evaluar los programas que ofrece, nos volvemos sumisos, como creyendo, con toda seguridad, que “la universidad sabe lo que es bueno para mí”. Pero eso sí, cuando vamos a una tienda a comprar nuestro próximo celular/tablet/computadora o lo que sea, llegamos con la espada desenvainada: exigimos que el vendedor en turno sepa cuánta memoria tiene el aparato, velocidad, gigas, megapixeles, cuánto dura la garantía, e incluso si el artilugio fue hecho en China, Italia o Estados Unidos. Negociamos poder pagar a meses sin intereses, que nos den “precio amigo” y hasta amenazamos con regresar el producto a la tienda “si no es tan bueno como dicen”.
¡Qué diferencia con nuestra manera de consumir educación!
Si es privada, una carrera nos costará muchas veces más que una computadora o que el celular más fregón del mercado y, pública o privada por igual, requerirá de una inversión de tiempo también infinitamente más grande. Si el producto “sale malo” no habrá forma de regresarlo, si se “descompone” no habrá nadie para arreglarlo y si a medio camino nos arrepentimos, el producto “usado” no podrá ser re-vendido para adquirir otro mejor.
Y aún así nos empeñamos, al elegir carrera y escuela, en hacer evaluaciones al aventón o “de oídas”; nos basamos en percepciones vagas sobre la colocación laboral de los egresados —“he oído que consiguen mucho trabajo los de esa escuela” o “mi primo estudió eso y le ha ido muy bien”—; y a la hora de indagar sobre el plan de estudios con la gente de admisiones, profesores o el director de la facultad, preguntamos realmente poco sobre materias obligatorias, materias optativas, si hay áreas de concentración, qué habilidades se fomentan, cuál es el método de enseñanza o a qué tipo de alumno le viene mejor el programa o cultura de la escuela.
Esto no significa que no haya consumidores quisquillosos: como todo empleado en una institución educativa sabe, sobra quién reniegue sobre la colegiatura o pregunte si le harían un descuento al pagar el semestre por adelantado en cash. Pero sobre lo verdaderamente importante –el contenido, ventajas y resultados de este producto que tanto cuesta– guardamos un silencio como de peón en hacienda porfiriana. “Sí, señor rector. Cómo no, profesor. ¡Tantas gracias por admitir a Pedrito!”.
Qué extraños somos.