Lo que no me enseñó MIT y aprendí en el D.F.

Matricularse en MIT (Massachusetts Institute of Technology) no es nada barato. Cuesta más de 746,000 pesos mexicanos al año. Ayuda que la institución sólo toma en cuenta tu condición financiera y la de tu familia para crear un plan de pagos y no tus calificaciones y logros. ¿Y vale la pena? Absolútamente. Esta cifra incluye clases, alojamiento, alimentación, atención médica, el uso de un gimnasio, campo de tiro, veleros y financiamiento para eventos. También incluye muchos seminarios donde invitan estrellas y personalidades de diversos campos de estudio. Existen también ferias de empleo en las que empresas importantes buscan ansiosamente jóvenes talentosos. Esos y otros beneficios intangibles ofrece MIT.

Este año, pasé el verano como intern en CIDAC (Centro de Investigación para el Desarrollo A.C.) en la Ciudad de México. La experiencia me ha ayudado a entender la seguridad de vivir bajo el cobijo del MIT, que está ahí para rescatarte si algo sucede, en especial con tus estudios y tu trabajo. De hecho, si no hubiera sido por la comunicación entre el programa de MISTI (MIT International Science and Technology Initiatives) con CIDAC, no habría encontrado mi puesto como intern, con un sueldo y la oportunidad de disfrutar de México a mi antojo.

Al no estar en los brazos de mi institución y encontrarme en otro país hablando una lengua extranjera, me di cuenta que habían demasiadas cosas que no me enseñó MIT y que tuve que aprender en el D.F.

1. La comunicación con mis compañeros de trabajo. Aunque todos ellos son muy capaces en inglés, yo no quería hablar en ese idioma. Pensaba que disminuiría la calidad de mi experiencia en México. En las primeras semanas había algunas indicaciones que no podía entender porque nunca había estudiado frases tan especializadas en mis clases de español. Estudiar en una institución como MIT te hace algo orgulloso, así que tuve que aprender a eliminar este sentimiento inútil para avanzar en mi comprensión del trabajo. Traté de trabajar totalmente en español, pero si era necesario, no me daba vergüenza hablar en inglés con mis compañeros de trabajo. El no entender aunque fuera el mínimo detalle detalle podía poner en peligro el proyecto. Pedir ayuda no significa que eres incapaz. Significa que tienes la sabiduría y madurez para averiguar todo lo necesario para llevar a cabo un proyecto.

2. Adaptar mis estudios al trabajo. Estudio neurología y economía. Puede ser un matrimonio tormentoso aunque hay mucho potencial si los mezclas, por ejemplo, para el campo de la economía del comportamiento. Normalmente en MIT y en mi trabajo con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, aportaba ideas a la visión ya establecida de un jefe o profesor, de manera que aplicaba mis habilidades únicamente donde ya había recibido instrucción previa. En CIDAC, mis compañeros de trabajo y supervisores me dieron la oportunidad de llevar a cabo la investigación con bastante libertad. Al principio me parecía como si me hubiera lanzado al vacío, pero poco a poco pude proponer mis propias interpretaciones de los datos y métodos de análisis, cosa que antes no había podido hacer porque el profesor o jefe ya había establecido un plan que seguir al pie de la letra.

 3. Trabajar con comunidades diferentes. En el pasado he realizado trabajo voluntario. Pasé mis vacaciones participando en programas para ayudar a comunidades vulnerables como jóvenes de barrios pobres, personas sin hogar y refugiados que intentan asistir a la escuela en un país extranjero. Nada de esto me preparó para trabajar con ejidatarios del Estado de México. Hicimos un experimento social en Metepec. Los ejidatarios vinieron de todos partes del estado, tenían diferentes niveles escolares, y no sabía cómo evitar fastidiarlos con un experimento que tardó tres horas. Mi familia es de China y me veo bastante asiático. Cuando pensaba que ellos ya no querían permanecer ni un minuto más allí, durante uno de los descansos recibí un comentario que me asombró: “Chinese people are always welcome in Mexico.” Este momento me enseñó que para tener éxito en un grupo tan diverso y a la vez desconocido (especialmente en el entorno global de hoy día), tienes que buscar cosas comunes pero de igual manera aprender a valorar diferencias. En MIT, aunque todos los alumnos vienen de lugares diferentes, tienen vidas y metas similares. En el D.F. aprendí cómo buscar áreas comunes entre personas con metas diferentes para establecer relaciones productivas y amistosas.

4. Vivir independientemente. Muchos de ustedes probablemente ya saben cómo funcionan las cosas viviendo solos, pero antes de llegar al D.F., nunca había tenido que negociar un alquiler, resolver conflictos con el dueño del departamento, destapado un baño, encendido el piloto de un calentador de agua con encendedor (puede ser terrorífico a veces) o supervisado la instalación de internet y televisión. MIT siempre procura darle a sus estudiantes un ambiente de plena comodidad para facilitar el infierno que puede llegar a ser estudiar ahí (las materias son realmente complicadas como para perder el tiempo negociando alquileres). Pero al hacerlo, de manera indirecta nos quita la oportunidad de aprender cosas que son básicas pero muy importantes. Yo diría que un ex alumno de una escuela prestigiosa como MIT que nunca aprendió cómo vivir independientemente no tendría ventaja alguna sobre un ex alumno de una escuela con nivel educativo más bajo, pero que sí hubiera adquirido esa experiencia.

La oportunidad de trabajar en un país extranjero, aprender su cultura y ayudar con el desarrollo del mismo, no tiene precio. Recomiendo que todos los alumnos lo hagan durante algún momento en sus carreras. No tengan miedo de hacer cosas vergonzosas ni de proponer ideas a sus superiores. Tuve que aventarme de cabeza a una vida nueva en el D.F. y agradezco a todos mis amigos, compañeros de trabajo, desconocidos en la calle, así como a las experiencias tristes y emocionantes por enseñarme lo que MIT no podía.

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